Al Almendares

Ayer domingo, regresando de casa de una amiga, atravesé el puente sobre el río Almendares y observándolo, vino a mi mente el bello poema que el mismo inspirara a la insigne poetiza Dulce María Loynáz (1902-1997).

Conocí a esta gran dama, cuando ya era una anciana, y retirada en su voluntario *incilio hogareño dejaba plácidamente correr el tiempo y los recuerdos. Era un día de su cumpleaños y una amiga muy querida me había pedido la acompañara a felicitarla. Me entusiasmó mucho la idea, pues iba a poder estar frente a frente, a una de las figuras más importantes de las letras hispanas. Como no tenía qué ofrecerle, pues la invitación me sorprendió, le llevé un hermoso Covo con un helecho culantrillo, sembrado en su interior. Ella era gran amante de la naturaleza y de las cosas sencillas.

Mucho me impresionó ver su hermosa residencia del Vedado, tan venida a menos por la evidente falta de recursos. Aún se observaban algunos muebles finos y algunas porcelanas, testigos mudos de su anterior status social. Los techos descorchados, los tapices raídos por el tiempo, y la falta de pintura en las paredes, rodeaban de un halo misterioso a su propietaria, quien nos recibió con una amplia sonrisa y una humeante tacita de café, servida por una sobrina que la acompañaba y cuidaba. Esta maravillosa mujer, olvidada hasta ese momento, volvió a ser noticia en nuestro planeta, cuando unos años más tarde le fuera otorgado el importante y muy merecido premio Cervantes.

Así comienza su poema al río:

Este río de nombre musical

Llega a mi corazón por un camino

De arterias tibias y temblor de diástoles

Esta es su última estrofa:

Yo no diré qué mano me lo arranca,

Ni de que piedra de mi pecho nace:

Yo no diré que el sea el más hermoso

¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!

* Lo contrario de exilio