Matiné y tanda de fin de año.

Mi amiga emigró hace 20 años, “se fue sin decir adiós” como dice la letra de la popular canción, pero yo la comprendí. Ella solía comentarme: Este país está siendo tragado por la desidia.

Para sorpresa mía, la noche del 25 sonó el teléfono. Era su hermana que me decía: “Adivina a quien tengo aquí que quiere hablar contigo”. Inmediatamente su nombre afloró a mis labios. Fue un verdadero impacto.

Ayer 31 de diciembre quedamos en encontrarnos en un restaurante privado del Vedado, uno de los pocos abiertos este día. Mi amiga es muy despistada y estuve esperándola durante más de dos horas. En ese tiempo me cayó encima tremendo aguacero presagio de un norte, no el que yo quisiera, pero en fin, un norte. Mucho calor, lluvia y después una brisa maravillosa.

Al encaminarnos hacia el restaurante pasamos por las ruinas de lo que fuera el histórico y emblemático Hotel Trotcha, donde estuvo hospedado el Generalísimo Máximo Gómez, antes de instalarse en la Quinta de los Molinos. Allí le tomé fotos a mi amiga y le dije: Ya ves, por el mismo precio de un pasaje a La Habana, puedes hacerte a la idea de que en tu itinerario hiciste un alto en Grecia para visitar sus antiguas ruinas.

Almorzamos muy frugalmente, pues el único Paladar que encontramos abierto era precioso, pero sus precios muy altos, cuidando del dinero de mi amiga, porque ella no es “millonaria”, como creen muchas personas de aquí de los que están allá. Sólo pedí un entrante, un refresco y un helado, ella me siguió y ordenó lo mismo.

La añoranza de los buenos tiempos encaminó nuestros pasos hacia el Hotel Riviera. Ambas quedamos bien impresionadas al ver su estado actual. La emoción no nos permitió ver detalles que después al irnos observamos: goteras, manchas y algún que otro descascaro en los muebles. No había nadie en el lobby, tampoco en las cafeterías. Parecía un hermoso desierto y sólo unas pocas personas disfrutaban en la piscina. Este hotel es administrado por la Empresa cubana Gran Caribe.

De allí fuimos al Melía Cohiba. Fue entonces que le comenté: Este hotel se construyó para que se realzara la belleza arquitectónica del Riviera. El Melía estaba concurrido y alegre, las fuentes de agua del lobby todas funcionaban, un buen número de turistas hacían su entrada, un enorme árbol de Navidad te daba la bienvenida. Se notaba la diferencia, propiciada por un buen mantenimiento: el mismo está administrado por la cadena hotelera española, quien se preocupa de tenerlo en óptimas condiciones.

Seguimos nuestra caminata hacia la Calle Línea a fin de que mi amiga capturara un taxi, cosa ésta que fue bien difícil, pues todos los “tarecones” venían llenos desde Playa. Finalmente uno paró: Te llevo, le dijo, pero si me das un “fula” (normalmente son 10 pesos). Ok, dijo ella, y ahí nos separamos y nos dimos un último abrazo. Yo crucé la calle rauda y veloz y pude tomar el ómnibus de la ruta 27 (que casi nunca pasa) y venía prácticamente vacío. Llegué a casa con los pies ardiendo, pero feliz de haberla vuelto a ver en esta extraña pero maravillosa matiné y tanda de fin de año.

 

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