El dengue de María

Trabajo de patchwork de Rebeca

María es una bella dama de nuestro vecindario que todas las tardes, muy compuesta, saca a pasear a su perrito, y cada vez que la veo no puedo menos que pensar en Chejov.

Hoy ella amaneció con el cuerpo adolorido, un poco de tos y sintiendo escalofríos, por lo que decidió ir hasta el policlínico que le corresponde. Una vez allí, en el cuerpo de guardia, fue atendida por un joven médico, que al verla le mandó a hacer de inmediato análisis de sangre. Cuando se recibieron los resultados, el galeno, ni corto ni perezoso, le ordenó que se subiera a una camilla y la cubrió con un mosquitero para aislarla, diciéndole que tenía dengue, e informando de inmediato al esposo, que se encontraba en la salita de espera. El doctor le dijo a éste que fuera a su casa y trajera sábanas, fundas, toallas y artículos de aseo, que su esposa sería remitida de inmediato al hospital, en cuanto llegara la ambulancia. Como quiera que residen muy próximos al centro, el esposo regresó rápidamente, portando un maletín con todo lo que le habían indicado para el ingreso de su mujer.

Cuando llegó la ambulancia, le dijeron que no podía acompañarla, por lo que se negó rotundamente a que su esposa se marchara sin él saber siquiera a qué centro asistencial la iban a llevar, y ambos abandonaron el hospital de regreso a casa.

No habían pasado ni una hora, cuando en el hogar del matrimonio se personaron un médico y una enfermera, para decirles que tenían que llevarse a la enferma. Ante la insistencia del esposo y la negativa de éste a dejarla ir sola, accedieron a que la acompañara. Esta vez no era una ambulancia, era un transporte cerrado de una empresa estatal, y dentro del mismo estaban otros enfermos, que había recogido por el camino. Dice María que aquella improvisada ambulancia se movía como una batidora, por las rotas calles de la ciudad, haciendo subir a la misma a otros presuntos enfermos, hasta convertirse casi en una concurrida guagua.

Finalmente llegaron a la antigua Covadonga, donde en un pabellón se agolpaban los enfermos, formando fila para ser atendidos. María pidió el último y dice que tuvo la impresión, por un momento, de que iban a repartir carne de res, debido a lo nutrido de la cola (fila). Finalmente llegó su turno, le volvieron a hacer análisis, esta vez eran estudiantes extranjeros los que estaban extrayendo la sangre, le dieron varios pinchazos, hasta que al fin uno fue el acertado. Toda adolorida, se acurrucó junto a su esposo y esperó pacientemente el resultado. Al rato, salió un médico y le dijo, usted señora se puede ir para su casa, pues no tiene dengue, lo que tiene es un simple catarro. ¿Se siente usted bien? ¡Perfectamente, -contestó ella, que estaba bastante mareada, pero disimulando, agregó -¡ nunca he estado mejor! Le hizo una seña al marido, y en cuanto perdieron de vista al médico, dice María que se acordó de sus años juveniles en la Universidad, cuando practicaba campo y pista, y emprendieron una rápida carrera hasta alcanzar el portón de salida de La Covadonga, y detuvieron al primer almendrón (taxi viejo) que vieron, para regresar lo antes posible al dulce hogar.

Afortunadamente ella está bien. Personalmente me contó su odisea, mientras con su acostumbrada elegancia paseaba a su perrito, haciendo una parada frente a mi casa.

3 comentarios en “El dengue de María

  1. Aparentemente el ‘miedo’ logra curar el dengue, es mi conclusion de tu escrito Rebeca. Pues me imagino la cara de susto de Maria cuando viajaba con tantos enfermos en aquella ‘guagua’ improvisada, entre el ‘panico a contagiarse de otra enfermedad’ y las horas de espera, lograron el ‘milagro’ que a veces las medicinas no pueden.
    Saludos, Esther

  2. Armienne, no sabes la ilusion que me hacia verlos, pero al parecer hubo descoordinacion con la hora, pues me habian dicho que a partir de las nueve, nunca los pude ver, lo que si pude observar fue los preparativos represivos en los alrededores del Malecon, un abrazo, Rebeca

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